miércoles, 13 de agosto de 2008
Jueves
De regreso a casa hoy no llevaba el bolsito que siempre llevo, la acera olía a desesperación y los pies los había dejado en algún Registro Público por la mañana. Un día antes me perfumé de vino tinto y vino blanco, me revestí del cielo de Lima, me puse los lentes y jugué a ser un adulto, dos horas más tarde un ente salía de una Entidad cualquiera, ya tú vez ¡me da lo mismo!, subía por el ascensor; recordaba lo que dije ayer “los limones están caros” y mañana perderé el trabajo, desperté, sacaba un tique, necesitaba una maldita vigencia de poder, como podría mi jefe demostrar entonces a esos cerdos burgueses que solo a él le pertenece el infierno. Trato de olvidar todos los días cada fragmento de mis desconsuelos y lo inútil que me soy, pero hoy y de regreso a casa me subí en el bus amarillo, estaba lleno, con mucha bulla, olía a mierda, saque un libro prestado y me dije -¡por un demonio tengo que terminarlo!- y ya no suelo leer en el carro pero como todo era un bodrio pensé -¡ya y que!- abrí el libro y me situé donde me había quedado, en la pagina donde dice “ El Sueño de Angélica” de El Inventario de la Naves, entonces recordé mi sueño de ayer, había soñado con un hombre que se escapaba de mi ventana como un pájaro negro, se iba tan rápido que era imposible alcanzarlo y cuando la desesperación me decía que lo había perdido en una esquina, detrás de una casa, en algún palo viejo se posaba una cometa oscura, atascada, movido por un viento inútil, esos que solo hay en los sueños, entonces el impulso me hacía correr hacía allá, la cometa que se movía de pronto bruscamente, convertido ya en pájaro prendía vuelo otra vez.
Ahora en el carro pensando y sosteniendo un libro que no puedo acabar, miré hacía abajo y recordé que había perdido los pies, había dejado el bolsito también, por momentos las ganas de abrir los ojos se me quitan y esa avispa que no termina de sonar en mi oreja, de retumbar en los nervios, en mi nuca, en mis tardes - ¡¿donde diablos se fue aquel pájaro?!, esa ave negra que como una larva se mete en la angustia situada en mi estomago, ¿que es de esa ave?, aquel hombre que en lo oscuro se para y me invita arrojarme por la ventana a calmar y a librarme de la desesperación de vivir en un asquesoro cubo de un cuaderno matemático, aquellos que hacen vomitar a un niño de ocho.
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