sábado, 9 de abril de 2011

Cuando desperté mi cabeza parecía pesar tres veces más de lo normal. No me atreví ir al baño a mirarme al espejo; un tambaleo, dos, y me di cuenta rápidamente de su presencia en la sala, parecía estar en un sueño profundo sumergido en el sillón, tenía la posición de un animal adolorido. Observe en la mesita de centro un libro de poemas de Allen Ginsberg aparentemente nuevo, en ese momento sonaba un disco de Billie Holiday y sus grandes éxitos, ronquidos leves. Billie derramaba en mis oídos “Strange Fruit”. De su rostro saltaba un brillo colorido e incontrolable, me acerque a él y el color se compacto tan solo en una pequeña mancha seca, este continuaba hasta llegar a sus ropas. La hermosa muestra de manchas y salpicaduras me condujo al baño, ahí el borde de la tina aguantaba otro lienzo, reconocía perfectamente aquel dorso, moví la pierna cruda y pesada para darme paso al hoyo, ahora mi cabeza parecía estar aplastada por una roca, imposible de coordinar movimiento alguno, me sumí en una interminable laguna, arrojé cualquier cosa que haya comído la noche anterior, mientras me preguntaba.¿qué obra maestra se habrá estado efectuando toda la noche?, recordé una frase del poema del amante de Ginsbert, Orlovsky qué dice Un arco iris entra derramándose por mi ventana, estoy electrizado.

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